Santas Justa y Rufina, obra de Francisco de Goya y Lucientes. Catedral de Sevilla.
Entrando a la catedral de Sevilla por la Puerta de San Cristóbal la primera capilla a mano derecha es la de los Dolores. Situada entre la de San Andrés y el monumento a Cristóbal Colón. A través de ella se pasa a la Sacristía de los Cálices, lugar en el que se exhibe el lienzo dedicado a las santas Justa y Rufina, realizado por nuestro insigne pintor, el fuendetodino Francisco de Goya y Lucientes.
Entrada a la capilla de los Dolores, a la izquierda podemos ver la puerta que da acceso a la Sacristía de los Cálices.
La capilla de los Dolores la preside un retablo barroco en el que vemos un Crucificado de finales del siglo XVI, bajo el cual destaca la Virgen de los Dolores de Pedro de Mena (1670). El muro frontal lo ocupa el sepulcro del cardenal Marcelo Spinola y Maestre, obra del escultor Joaquín Bilbao (1912); y en su parte superior cuelgan pinturas del siglo XVII. A la izquierda se abre la portada que da acceso a la sacristía de los Cálices, en la que vemos al fondo el cuadro de santas Justa y Rufina de Goya, obra que hoy vamos a comentar.
En el año 1528 el arquitecto Diego de Riaño inició la construcción de las sacristías y dependencias de la catedral sevillana. Un año más tarde también se comenzaron las obras de la sacristía de los Cálices, finalizadas por el arquitecto Martín de Gainza en 1537.
Es una estancia de planta rectangular cubierta con una preciosa bóveda de crucería estrellada.
La Sacristía de los Cálices, que se convertiría en marco de excepción para el lienzo de Goya, fue durante mucho tiempo oratorio, enterramiento y lugar para vestirse los canónigos que oficiaban las misas de las distintas capellanías fundadas en el templo.
La cabecera es plana cubierta por bóveda de crucería, en cuyo frente se abren dos pequeñas capillas-oratorios, cuyas puertas flanquean hoy en día la obra de Goya en todo su esplendor.
En esta antigua fotografía de la sacristía de los Cálices a principios del siglo XX, observamos que el lienzo de Goya había sido trasladado al muro derecho, siendo sustituido por el Cristo de la Clemencia de Juan Martínez Montañés (1604), obra que ingresó en 1836 en la catedral procedente de la cartuja de las Cuevas de Sevilla. El Crucificado ocupó ese lugar hasta que en el año 1992 pasó a la capilla de San Andrés, recuperando el cuadro de Goya su lugar primigenio.
Fotografía: Todocolección.
Vista de los pies de la sacristía, en donde se sitúa la puerta de entrada. En lo alto se encuentra hoy un lienzo de Cristo crucificado del taller de Francisco Zurbarán.
En los muros de esta sacristía se conserva una selección de pinturas de gran valor dentro del conjunto catedralicio, entre las que destacan las obras de Alejo Fernández, Zurbarán, Tristán, Jordaens, Valdés Leal, etc.
Tras esta pequeña introducción con la que hemos podido conocer el lugar en donde se ubica la obra del pintor aragonés, vamos a conocer la pintura en cuestión. Ésta adorna el frente de la sacristía y en ella se pueden contemplar a las santas patronas de Sevilla: Justa y Rufina. Cuya historia podemos conocer por el Breviario de Évora (siglos III y IV), y el texto de Enrique Florez (siglo XVII).
Justa y Rufina eran dos hermanas nacidas hacia el año 287 en la Sevilla romana (Hispalis, ciudad fundada por los fenicios) en el seno de una humilde familia de alfareros que habían abrazado la fe cristiana. Una vez al año era costumbre en la ciudad rendir culto al dios Adonis, celebrándose las Adonías o fiestas en las que se lloraba la muerte del amante de Venus (identificada como la diosa fenicia Salambó). Justa y Rufina estaban vendiendo sus vasijas en el mercado de la ciudad y se les acercaron las seguidoras de Adonis con una imagen de Salambó, pidiéndoles que regalaran alguna vasija para los rituales que iban a celebrar, ya que los trabajos cerámicos de las dos hermanas eran muy valorados. Al negarse a hacerle un regalo a un ídolo pagano, las devotas les tiraron la imagen de Salambó, rompiéndoles todas las cerámicas que tenían expuestas. Ellas cogieron la figura y la golpearon contra el suelo, destrozándola. Enterado del hecho el perfecto de la ciudad Diogeniano las encarceló y martirizó. Las obligó a andar descalzas desde Hispalis a Sierra Morena (Montes Marianos), al lograr sobrevivir fueron nuevamente encarceladas. Justa murió en esa misma prisión, pero Rufina sobrevivió, siendo arrojada al anfiteatro para ser devorada por un león. Éste en vez de atacarla lamió sus heridas. Diogeniano finalmente ordenó que la degollaran y quemaran su cuerpo. Ambas mártires fueron nombradas patronas de Sevilla, del gremio de alfareros y protectoras de la Giralda y la catedral, a las que salvaron del terremoto de 1504, según cuenta la tradición.
Pero centrémonos en la obra que pintó Goya para esta preciosa sacristía. Francisco de Goya en esta época superaba los 70 años, era un pintor muy conocido y valorado, no olvidemos que era pintor real, pero atravesaba una complicada situación personal tras las Guerra de la Independencia y la vuelta del rey Fernando VII, con el que no se llevaba demasiado bien. En este momento también la Inquisición había considerado a su Maja Desnuda como obscena, y, a pesar de ser absuelto, estaba pasando por un momento complicado. Todo ello hizo que su íntimo amigo, el erudito escritor Ceán Bermúdez, preocupado por su situación pensó que sería una buena idea realizar una obra religiosa para hacer olvidar el penoso episodio con la Inquisición, y propuso al cabildo de la catedral de Sevilla que lo contrataran.
En el año 1817 el cabildo de la catedral sevillana le encargó al pintor aragonés un gran cuadro para colocarlo en el altar mayor de la Sacristía de los Cálices. En él, tenía que pintar a las santas alfareras Justa y Rufina, patronas de la ciudad hispalense. Por la obra recibió 28.000 reales. Un año más tarde se pudo comprar la llamada “Quinta del Sordo”.
En una carta que Ceán Bermúdez dirige a su amigo Tomás Veri, coleccionista de arte mallorquín, dice lo siguiente: “…Yo estoy ahora muy ocupado en inspirar a Goya el decoro, modestia, devoción, respetable acción, digna y sencilla composición con actitudes religiosas para un lienzo grande que me encargó el Cabildo de la Catedral de Sevilla para su Santa Iglesia. Como Goya vio conmigo todas las grandes pinturas que hay en aquel hermoso templo, trabaja con mucho respeto una obra que se ha de colocar a la par de ella…El asunto de las santas mártires Justa y Rufina…El Cabildo quería que representase el martirio de las Santas u otro pasaje de su vida, pero yo, considerando que el lienzo es para un altar de más de tres varas de alto y dos de ancho…, elegí que solo representase las dos santas de tamaño natural…”.”Le di por escrito una instrucción para que pintarse el cuadro, le hice hacer tres o cuatro bocetos…”
Sabemos que Goya viajó a Sevilla en varias ocasiones para ver el lugar del futuro emplazamiento de la pintura y aproximarse a la iconografía de las santas hermanas Justa y Rufina tan común en la ciudad, ya que eran sus patronas. En la ciudad Goya conoció otras obras de artistas sevillanos que habían tratado anteriormente el mismo tema religioso. Acompañado de Ceán vería la tabla situada en el banco del retablo de los Evangelistas realizado en 1555 por Hernando de Esturmio para la misma catedral; en ella también contemplaría la obra hecha en 1620 por el pintor sevillano Miguel de Esquivel; del mismo modo visitaría el convento de los Capuchinos en donde se encontraba el cuadro pintado por Murillo (hoy conservado en el museo de Bellas Artes); así como el realizado en 1540 por el maestro de Moguer para la iglesia de Santa Ana de la misma ciudad. Como podemos ver Goya tuvo bastantes referencias para pintar su cuadro. Pero el resultado fue totalmente personal y único.
El pintor aragonés realizó, como hemos podido conocer por el comentario de Ceán, varios bocetos para el gran lienzo que ya estaba bosquejado el 27 de septiembre de 1817. Uno actualmente se puede contemplar en el Museo del Prado (en la imagen); y otro que fue subastado en Bilbao en el año 2011 por 435.000 euros (salía por un precio inicial de 275.000 euros).
El boceto del Prado está pintado al óleo sobre tabla. Llegó al museo en 1916, legado de la colección Pablo Bosch (hombre dedicado a las finanzas pero a la vez un gran coleccionista de arte). En él vemos que las santas llevan nimbos de santidad, en el cuadro definitivo son casi inexistentes. Sus rostros son más toscos que en el cuadro definitivo. También falta la representación del ídolo roto a los pies de santa Justa.
Fotografía: Wikipedia.
La obra tuvo sus defensores y detractores. Muchos alababan la técnica, el dibujo, su perfección, pero criticaron la representación de las santas, que nada tenían que ver con la mujer andaluza. Tampoco hay que olvidar que para muchos el encargo a Goya no fue bien recibido, pues hubieran preferido que fuera pintado por artistas sevillanos. El escritor sevillano Félix González de León en su obra la Noticia Artística…,(ver bibliografía) publicada en 1844 escribía: "Bellísimo es el cuadro, lleno de perfecciones del arte, hermoso y correcto el dibujo ...Pero no son santas Justa y Rufina, ni por su carácter provincial, pues no son bellezas andaluzas las que figuran, ni por los accesorios que las dan a conocer en todos los cuadros pintados hasta ahora".
Pero para Ceán Bermúdez, en una carta escrita en 1818 a su amigo el mallorquín Tomás de Verí, hablaba de ella como “la mejor obra que pintó y pintará Goya en su vida. Está colocada en su sitio, y el Cabildo y toda la ciudad están locos de contentos por poseer un cuadro del que dice el Señor Saavedra, residente en Sevilla, que es el mejor que se pintó en Europa en lo que va de siglo y en todo el pasado”. La realidad es que los cuadros religiosos de Goya no eran suficientemente valorados, muchos intelectuales comentaban la vulgaridad de sus santos, la falta de espiritualidad. El mismo Gómez de La Serna en 1929 consideraba a las santas Justa y Rufina que “parecían camareras del gran hotel del cielo”. Muchos críticos del arte afirmaban que Goya había sucumbido al gusto del cabildo sevillano, abandonando su fuerza expresiva. Los cuadros religiosos del pintor de Fuendetodos se empezaron a valorar a mediados del siglo XX.
Goya pintó a las santas delante de la catedral de Sevilla, con la Giralda algo descentrada hacia la derecha de la obra. La composición indudablemente se basa en la obra de Murillo. Es una pintura con gran equilibro y una magnífica ejecución, en la que vemos la habitual expresividad y soltura técnica de Goya. No hay nada superfluo, se las representa en un ambiente oscuro, en el que resaltan sus mantos. es un atisbo de lo que vendrá posteriormente: las pinturas negras.
En 1900 la obra sufrió un contratiempo, le cayó encima una sustancia blanquecina que la llenó de manchas, fue restaurada en los talleres del Museo del Prado, pero la limpieza no fue del todo efectiva con lo que tuvo que ser nuevamente restaurada en 2001.
Como relata su amigo Cean, el mismo recomendó a Goya que representara a las santas “de tamaño natural que con sus tiernas y devotas actitudes y afectos de las virtudes que tuvieran, muevan a devoción y deseo de rezarles”.
Presenta a las dos hermanas en un oscuro atardecer, de cuerpo entero llevando en sus manos vasijas de barro blanco fino, símbolo de su profesión, y las palmas que demuestran su condición de mártires (en realidad son hojas de alcaparra). Están vestidas con oscuras túnicas que cubren en parte con amplias y coloridas capas. Elevan su mirada hacia lo alto del que surgen dos haces de luz que inciden sobre sus cabezas. Esta iluminación las relaciona con el cielo hacia donde dirigen sus miradas.
En el fondo se puede vislumbrar la ciudad de Sevilla, representada por la catedral y la torre de la Giralda (elemento que se vincula con ellas), a la que según cuenta la tradición protegieron en el terremoto de 1504, al bajar del cielo y abrazar la torre para evitar que se derrumbara.
La gama cromática es a base de grises, dorados, ocres, grises y negros, con algún toque blanco en las vestiduras. Los colores se acercan a la obra del Greco. El cielo es casi monocromo, con pinceladas sueltas.
A la izquierda Santa Justa, primera en morir, se representa como una muchacha joven, con aspecto popular. Aparece vestida con una amplia túnica verde sobre la que lleva un manto ocre que se ajusta en la cintura. El cabello lo lleva con raya en medio y recogido en la nuca con un moño. Es la representación de una muchacha normal, de una clase más bien humilde. La cerámica, símbolo de su profesión, la coge con ambas manos, mientras con la mano izquierda porta el ramito de alcaparra, símbolo de su martirio.
Rostro de santa Justa, en la que vemos referencias al clasicismo, aunque también rasgos de la pintura de la época de madurez de Goya, no olvidemos que Goya tiene 70 años. Los rostros de ambas santas muestran una pálida piel y sonrosadas mejillas, con una belleza más bien popular, en ellas no vemos la finura con las que las representó Murillo. Las Justa y Rufina goyescas son mujeres del pueblo. Eleva sus ojos hacia lo alto como expresando su deseo de reunirse con Dios, es un atisbo de religiosidad por parte de Goya.
A la derecha santa Rufina, que lleva en su mano izquierda la taza con dos asas y plato de fino barro blanco, mientras con su mano derecha sujeta la ramita de alcaparra. En la parte posterior se vislumbra la torre de la Giralda, símbolo de la ciudad en la que sufrieron martirio. Goya a la Giralda la representa en un segundo término (en el caso de otros pintores las santas la llevaban en sus manos o estaban pintadas delante de ella), dando más importancia a las santas que a la misma catedral.
Santa Rufina está pintada con la misma técnica que su hermana Justa, sus rostros reflejan su virtud e inocencia. Sus cabellos, más claros que los de su hermana, se ensortijan alrededor de su fino rostro, entre los que vemos algún toque rojizo como si llevara alguna cinta.
Vemos una gran soltura en la pincelada, sobre todo en la vestimenta que lucen ambas santas. El estilo de Goya, como ya hemos dicho, está a las puertas de lo que dará lugar a las Pinturas Negras (1819-1823). Están vestidas con amplias túnicas oscuras, sobre las que llevan mantos de tonos ocres que junto al fajín de Rufina da colorido a la obra.
Detalle del fajín que lleva alrededor de la cintura santa Rufina. En el que podemos observar la factura a base de grandes manchas de color y una admirable agilidad en la pincelada.
En la parte inferior Goya ha representado varios momentos de sus vidas: el ídolo de Salambó que ellas mismas destruyeron se encuentra hecho pedazos a los pies de Santa Justa. A la derecha el león lamiendo las heridas a santa Rufina, es símbolo de su santidad y recuerda el episodio acaecido en el Circo Romano al que fue arrojada para ser devorada por el león y éste le lamió los pies. El animal dobla sus patas como si se tratara de un perrillo y agacha su cabeza para lamer los pies de la santa que estaban heridos por su caminata a los Montes Marianos.
Detalle de la escultura de Salambó.
En las vestiduras y en la cabeza del león podemos observar pinceladas sueltas y "arrastradas".
El lienzo está firmado y fechado en un papel pintado en el ángulo inferior izquierdo. En el que se puede leer la siguiente inscripción: “Francisco de Goya y Lucientes. César- / augustano y Primer pintor de cámara / del Rey. Madrid, año de 1817. En esta firma, Goya muestra la importancia que tuvo esta obra para él, en ella ha puesto su nombre completo, como para dejar bien patente su autorIa, su procedencia y ser el pintor real.
Hasta aquí esta obra del pintor aragonés más importante de todos los tiempos: Francisco Goya y Lucientes. Cuando voy a alguna ciudad fuera de Aragón, lo primero que hago es visitar la obra que de él se conserva en otros lugares. Es un artista universal, pero la tierra siempre tira, como a él siempre le tiró su tierra. Ya lo hemos visto en su firma, sobre todo: “CÉSARAUGUSTANO”.
Espero que os haya gustado. Hasta un próximo vuelo.
BIBLIOGRAFÍA:
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-Crónica científica y literaria, nº 73. Madrid, 9 de diciembre 1817,