Livia Drusila Augusta. La primera emperatriz de Roma.
“La más perfecta de todas las mujeres romanas por cuna, virtud y belleza”.
Veleyo Patérculo. Historia romana. II,
El Museo Arqueológico de Madrid es uno de mis museos favoritos, en él se conservan piezas de gran valor histórico y artístico. Tras una tarde recorriendo sus salas, y tras volver a visitar a la Dama de Galera, la Dama de Ibiza, la Dama de Elche, todas las Damas que pude encontrar, me encaminé hacia el llamado “Patio Romano” del Museo, y me senté en un banco para descansar un poco. Y allí estaba, de perfil, una de las mujeres más poderosas de la historia: la magnífica escultura sedente de la hermosa Livia Drusila, una verdadera Dama romana, pero una mujer que a lo largo de su vida fue cruel y despiadada.
Siempre os comento que en lo que se refiere al arte, hay piezas que te hablan. Eso fue lo que me ocurrió a mí, sentada a la derecha de Livia, en un “duro banco” del museo, la miré a los ojos y me habló. Me contó mil historias, su nacimiento en el año 58 a.c. en el seno de la influyente familia Claudia; el suicidio, en Filipos, de su padre Marco Livio Druso Claudiano, uno de los ejecutores de Julio César; su matrimonio de conveniencia a la edad de 15 años con su primo Tiberio Claudio Nerón, también partidario de César, veintiséis años mayor que ella, con el que tuvo dos hijos, el futuro emperador Tiberio, y Druso, padre del también futuro emperador Claudio.
Mirándola, sin salir de mi asombro, mientras me hablaba, comprendí que debió ser una mujer de gran belleza, y por ese motivo se enamoró perdidamente de ella el emperador Octavio Augusto. Éste se divorció de su esposa Escribonia el mismo día que ésta daba a luz a la hija de ambos, Julia. También me relató que se casó con el emperador estando embarazada de su primer marido, todo un escándalo en la época; pero el amor pudo con todo. Augusto estaba profundamente enamorado, y ella tenía demasiada ambición como para rechazarle. Augusto y Livia se unieron el 28 de enero del año 38 a. c., durando su relación más de 50 años, hasta la muerte del emperador, el 14 de agosto del año 14 d.c.
Por su forma de hablar deduje que Livia fue mujer de gran poder e inteligencia que para lograr sus propósitos no dudo en recurrir al asesinato. Fue consejera de su augusto marido, elegido emperador en el año 31 a.c. Ella encarnaba para él los verdaderos valores de la moral y dignitas romana, valores que él mismo promulgaba como pilares de su política. Tanto la amó, que en su testamento le dejó 1/3 de sus bienes.
Su historia me interesaba tanto que no despegue la boca, por si se rompía ese momento mágico. En su discurso, con voz firme y modulada, me narró cómo se convirtió en modelo a seguir. La consideraban una mujer bella, prudente, humilde; reconoció que odiaba el lujo y que le gustaba vestir con sencillez, que le encantaba hacerse sus propios vestidos. Levantando la voz comentó que cuando Augusto fue elegido emperador se negó rotundamente a cambiar de casa, viviendo con Augusto y con sus hijos, Tiberio y Druso (tras la muerte del padre de éstos), en su casa del Palatino.
Reconoció que era una mujer adorada, pero también temida por todos, amasando entre sus manos un gran poder.
También admitió que había sido una mujer ambiciosa, que siempre fue consejera de su esposo, el emperador Augusto, en temas políticos y militares. Recibiendo la “sacrosantidad tribunicia”, especie de inmunidad legal que sólo se concedía a los hombres. Por la cual no sólo estaba protegida legalmente de cualquier ataque físico, sino que tenía toda la libertad de gestionar su patrimonio, cosa no permitida a las mujeres en aquel tiempo. Que incluso, a la muerte del emperador, ejerció gran influencia en la sombra, cuando fue elegido sucesor de Augusto, su hijo Tiberio. “Si, afirmó, gocé de privilegios que en aquel tiempo estaban vetados a las mujeres; convirtiéndome en la primera emperatriz de Roma”.
Cómo os podéis imaginar yo seguía con la boca abierta, sin dar crédito al hecho de que una escultura romana me estuviera contando su azarosa existencia. Ella siguió impertérrita, relatando la historia de su vida, convirtiéndome yo en la verdadera estatua del Patio romano.
Continuó hablando de su marido Augusto, el cual la adoraba, pues a pesar de no haber tenido hijos con ella, la siguió manteniendo como su esposa. Reconoció que hizo todo lo posible para que los hijos que tuvo con su primer marido fueran adoptados por el emperador, cosa que consiguió; Tiberio y Druso se convirtieron en los hijastros de Augusto.
Impasible me habló que a la muerte de Augusto (de la cual Dión Casio la acusó de haber provocado), los familiares que pertenecían a la familia julio-Claudia y que podían tener derecho a sucederle fueron muriendo uno detrás de otro; achacándole en muchos casos a ella sus muertes. Hechos que la mayoría de los historiadores los dan como ciertos. Para lograr sus propósitos consiguió que su primogénito Tiberio, casado con Vipsania Agripina, se divorciara de ella a pesar de amarla profundamente, para unirle a la única hija de Augusto, Julia, para así tener un vínculo sanguíneo con el emperador y lograr el poder. Una vez conseguido su propósito, Livia ejerció de “reina madre”.
Ella permaneció en su residencia de Prima Porta en Roma. El 20 de abril de 1863 se descubrió en esta villa la célebre escultura de Augusto de Prima Porta, hoy en día en el museo del Vaticano. En el año 1940 Musolini donó a la ciudad de Zaragoza una copia en bronce de esta histórica escultura, la cual hoy en día se ubica al lado del Mercado Central de la ciudad.
Tanta intromisión materna en la política de Roma cansó a Tiberio, el cual no le perdonó nunca que por su culpa perdiera a su amada esposa Vipsania. Livia cayó en desgracia y se retiró de la escena política. El emperador se retiró, a su vez, a la isla de Capri, quizás para no encontrarse con su madre.
En este momento su voz se quebró, continuando su relato en un tono más bajo y doliente: “Mi hijo me odiaba, cuando fallecí en el año 29, a la edad de ochenta y seis años, Tiberio se negó a estar presente en mi funeral y a concederme el título honorífico de Mater patriae, Madre de la patria; y a divinizarme. No fue agradecido, yo le conseguí el poder de Roma, y él nunca me miró a los ojos. Tuvo que ser mi nieto el emperador Claudio, en el año 42, el que me convirtió en la primera mujer divinizada en la Historia de Roma”, siempre le estaré agradecida”.
En ese momento Livia calló, no volví a oír su voz. Lentamente me levante del banco en el que me encontraba y pude contemplar a la bella Livia. Pero ella no estaba sola, a su lado con el torso desnudo y cubriendo sus hombros con el paludamentum estaba su hijo, el emperador Tiberio. Tiberio, murió en el año 37, siendo sucedido por Calígula.
Ambas esculturas se encuentran una al lado de la otra; pero sus miradas están tan alejadas como cuando vivían en la Roma Imperial; hay un gran vacío entre madre e hijo.
Las dos efigies fueron encontradas en las excavaciones financiadas por el Marqués de Salamanca en la ciudad greco-romana de Paestum en el año 1860. Se pueden datar ambas en el año 14, poco después de la muerte de Augusto.
Pasaron unos minutos y me acerque a la magnífica escultura de Livia. La miré con detenimiento, vi que era una mujer bella, con ojos grandes, y boca pequeña enmarcada por un mentón algo pronunciado. Su expresión serena e idealizada hace honor al sobrenombre con el cual se la conocía en los textos antiguos: “mujer bonita”. A pesar de su firmeza no da la impresión de lo que realmente llegó a ser, una de las mujeres más crueles de la historia, a la cual se le achacan numerosas muertes de la familia julio-Claudia. Todo aquel que se interponía en su camino era borrado del mapa.
Su cabello recogido en un moño en la nuca, se abría con raya en medio, ondulado en la frente y en los laterales; cubriéndolo con el velo de sacerdotisa. Es probable que encima del velo llevase una diadema, ya que sobre su cabeza hay cuatro perforaciones que lo indican. Esto también nos demuestra la divinización de esta escultura, ya que sólo las diosas portaban diadema en época de Tiberio.
Viste stola y palla, a la manera de las matronas romanas. La stola era el traje de la mujer casada o matrona. Era larga hasta los pies y se ceñía con un cordón en las caderas y con un cinturón bajo el pecho. La palla era un manto con el que se cubrían la cabeza y era parecido a la toga viril que llevaban los hombres.
Detalle de los numerosos pliegues de la palla.
Detalle de la stola y sobre ella la palla. Sus pies se calzaban con sandalias.
Esta es una pequeña historia de Livia Drusila Augusta o también conocida por Iulia Augusta, una importante mujer, con sus virtudes y sus numerosos defectos, que marcó una importante etapa en los inicios de la época imperial romana.
Muchos afirman que “en aquella época Augusto gobernaba el mundo, pero Livia gobernaba a Augusto”. Con eso está dicho todo.
Como comprenderéis aún no he salido de mi asombro por la experiencia vivida. Deseando estoy volver al Museo Arqueológico, y conocer la versión de su hijo Tiberio. No hay que olvidar que en la historia, como en la vida, puede haber varias interpretaciones de un hecho. Ya que depende de quién te la esté contando.
Esperaremos acontecimientos.
BIBLIOGRAFÍA:
-Museo Arqueológico Nacional. Madrid: http://www.man.es/man/home.html
- VELEYO PATERCULO, Historia romana escrita al cónsul Marco Vinicio: Historia romana II:
https://archive.org/stream/veleyopaterculo00pategoog#page/n183/mode/2up
-ANTHONY BARRETT: “Livia: primera dama de la Roma Imperial, Espasa, 2004.
-MARCO ALVIZ FERNÁNDEZ: "lIVIA Drusila, de la república al Imperio":
http://arraonaromana.blogspot.com.es/2015/10/livia-drusila-de-la-republica-al-imperio.html
-Vestido romano: http://www.imperivm.org/articulos/vestimenta-de-la-mujer.html-Peinados de las romanas: Arquehistoria: http://arquehistoria.com/los-cabellos-peinados-de-las-romanas-6832.